lunes, 28 de abril de 2014

UN PASEO POR EL PRADO: UNA VISITA GUIADA AL JARDÍN DE LAS DELICIAS

Estamos enganchados con el capítulo del libro "El maestro del Prado" de Javier Sierra dedicado al cuadro del Jardín de las delicias de Jerónimo el Bosco. Así que parece oportuno realizar una visita explicativa del cuadro por todo un experto como Alejandro Vergara, Jefe de Conser­vación de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte del Museo Nacional del Prado.

Está acompañado por Javier Tejada, catedrático de Física de la Universidad de Barcelona, y que nos hace una interpretación del cuadro desde la perspectiva física de la creación del universo, muy libre, poco trabajada y conseguida, donde coge el rábano por las hojas, pero para eso le han "invitado".

El vídeo pertenece al proyecto "Otros ojos para ver el Prado" realizado en colaboración con FECYT, el GISME y el Museo Nacional del Prado.

domingo, 27 de abril de 2014

JOTAS DEDICADAS DESDE PUEYO DE SANTA CRUZ

Nos hacemos eco en esta entrada de dos jotas de la ronda de Quintos del 2014 y que tuvieron lugar el domingo día 20 en Pueyo de Santa Cruz (Huesca), en la carretera, en casa Soler, una cita obligada a esas horas finales de la jornada donde se puede degustar desde las famosas tartas de chocolate de la Victoria, los pacharanes de José Luis y unas calentitas tisanas de hierbas para entonar los castigados estómagos.

Ahí va la primera. El cantador Paco de la Sierra se la dedica a Victoria y a su próxima jubilación.




Y a cantar hemos venido
Ya se jubila Victoria
Y a cantar hemos venido
No se olvida de las tartas
Tampoco de su marido
Tampoco de su marido
Ya se jubila Victoria

Va mi jota rondadera
Pa José Luis y Victoria
Va mi jota rondadera
Que ya ha transcurrido un año
Y aun no han encontrado nuera
Aun no han encontrado nuera
Y ahí va despedida


La segunda la canta José Miguel López dedicada a Paula y Carlos, residentes ahora en Oslo, y que pudieron oirla en directo. Fue emocionante y llena de cariño. Se comenta en los círculos próximos que se derramó más de una lágrima.



jueves, 24 de abril de 2014

UN PASEO POR EL PRADO: EL JARDÍN DE LAS DELICIAS. JERÓNIMO EL BOSCO (III)

Continuamos con la tercera entrega del capítulo XIII del libro de Javier Sierra, "El maestro del Prado", en el que nos cuenta los secretos que esconde la tabla del Bosco "El jardín de las delicias".

EL JARDÍN DE LAS DELICIAS (III)

" Es entonces cuando me doy permiso para levantar por primera vez los ojos hacia el Jardín. La tabla de la izquierda parece la más serena del conjunto. Por un momento creo que si concentro mi atención en ella lograré apaciguar mis nervios. Funciona. Sus colores, sus imágenes principales, desnudas pero sosegadas, logran decelerar mi respiración por un momento. Y al cabo de un minuto empiezo a fijarme en la constelación de detalles que se abre ante mí. La pintura es un prodigio. Aunque mires una y otra vez un mismo cuadrante, siempre encuentras algo nuevo en lo que fijar la atención. Y eso que, a diferencia del resto de la composición, la parte del tríptico que he elegido es la menos saturada de todas.

De hecho, parece muy sencilla de entender. Está casi desprovista de figuras en comparación con las otras dos. Pero se trata de un mero efecto óptico. Aunque es cierto que sólo se ven tres humanos en esa escena, el universo animal que hay detrás se antoja infinito: elefantes, jirafas, puercoespines, unicornios, conejos y hasta un oso subiéndose a un frutal. 




Por alguna oscura razón, algunos de ellos —sobre todo los pájaros— aumentarán de tamaño y se convertirán en gigantes en la tabla de al lado. Pero el artista no insiste en ese detalle. Quiere que nos centremos en las tres figuras humanas. Y lo hago.
Uno está vestido. Debe de ser Dios. Toma de la muñeca a una joven desnuda, Eva, y se la presenta a un Adán tumbado al que, deduzco, le acaban de extirpar una costilla. Hay algo en él que me deja perplejo: el Gran Cirujano, Dios, no presta atención alguna a sus creaciones. Ni siquiera parece interesado en presentarlas entre sí. Está mirándome a mí. Si he de hacer caso a lo que de ese momento dice la Biblia, está a punto de sentenciar algo: «No es bueno que el hombre esté solo.»
Algo intimidado, tomo la cámara y, jugando con el teleobjetivo de 200 mm, click, click, obtengo detalles de esos ojos. Son penetrantes. Severos. Y, junto con los de la lechuza que se asoma del árbol-fuente-o-lo-que-sea que está sobre su cabeza, forman un conjunto de lo más perturbador. Estar a sólo unos centímetros de esa tabla, en silencio, me hace sentir un escalofrío tras otro. «Pero ¿por qué?», me pregunto. «¿Acaso no es paz lo que debería evocar una imagen del paraíso?» 

Entonces, levanto los ojos del visor y echo un nuevo vistazo a la sala. Las dos únicas puertas de acceso a la 56a permanecen mudas. No parece que vaya a franquearlas ningún visitante. Y así, sentado en el pavimento de gres, con las piernas cruzadas, regreso al cuadro. En algún lugar había leído que la tabla de la izquierda representaba la creación del hombre. El momento perfecto que Adán y Eva compartieron en el jardín del edén antes de cometer la torpeza de ingerir el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal que, intuyo, podría ser la estructura rosada en la que ha anidado esa misteriosa lechuza.

Hasta ahí la lectura fácil de esta obra. La miro. Me mira. Y me doy cuenta de que, por caprichos de la geometría, la misteriosa ave rapaz ocupa el centro exacto de la pintura. Pero hay más: al fijarme mejor en ese punto, percibo que no todo marcha bien en la escena. Dirijo la lente hacia allí para ampliarlo y descubro algo terrible: junto a la «fuente», saliendo de las aguas, distingo un reptil de tres cabezas. Lo fotografío. Y antes de que alcance a verlo a ojo desnudo, tropiezo con otro mutante más, ya cerca de mi posición: es un pájaro tricéfalo que parece pelearse con un pequeño unicornio y un pez con pico. A su derecha, un híbrido de ave y reptil devora a un sapo. Y en el lado opuesto, un gato ha atrapado a un roedor y se lo lleva para dar cuenta de él. «Pero ¿no había sido desterrada la muerte del paraíso terrenal?», barrunto recordando mis tiempos de lecturas bíblicas.

—¡Pobre Javier! Terminarás borracho si no ves esta imagen de la mano de un buen guía… La voz del maestro del Prado, alta, grave y burlona, retumbó en la sala, estremeciéndola. A punto estuvo de caérseme la cámara de las manos. —El jardín de las delicias es una excelente elección —sonrió a mis espaldas, satisfecho por el respingo que me había provocado—. De hecho, es algo así como el examen de fin de carrera para quien guste de los arcanos del Prado. No puedo entender cómo Luis Fovel ha atravesado la sala sin llamar mi atención. El caso es que está allí. Firme, vestido con su abrigo de paño de siempre y sus zapatos de suela rígida, a menos de una zancada de mi improvisado asiento.

—¿Qué…, qué clase de examen? —balbuceo sin lograr salir del todo de mi asombro.    —Sería uno lleno de preguntas trampa —dice sonriente—. Nadie sabe nada a ciencia cierta de esta obra. Ni siquiera su nombre. El jardín es sólo una denominación moderna. Otros la han llamado El reino milenario, La pintura del madroño, El paraíso terrenal… Y esa ambigüedad es lo que la convierte en uno de los cuadros más importantes del arcanon del Prado. Si te digo la verdad, para mí es una pintura profética. Un aviso. Un augurio para nuestro tiempo. Pero mucho me temo que si quieres comprender esa función tendrás que mirarla desde otro ángulo. Si te enfrentas a ella así, de frente, como lo hacen los turistas, sólo cosecharás equívocos.

Le hubiera dado un abrazo allí mismo. Después de mi tropiezo con el señor X, tenerlo junto a mí de nuevo, iluminándome con sus lecciones, me hace sentir una euforia incontenible. Él lo percibe y me detiene, parapetándose tras una mirada gélida. Me advierte que entender El jardín de las delicias podría llevarnos una vida y aun así sería insuficiente, y me previene que lo que se dispone a contarme apenas servirá para raspar en la superficie de su misterio.
«No has llegado al final de tu carrera», dice. «Apenas estás empezándola.»

Guardo entonces mi entusiasmo y mis preguntas para el momento oportuno y, cerrando la tapa del objetivo de la cámara, me pongo en pie, me sacudo el pantalón y dejo que me conduzca hasta un extremo de la tabla. El maestro hace entonces algo que me deja estupefacto: alarga la mano hasta el pesado marco dorado y negro del tríptico y tira con fuerza de él. Noto un leve crujido y, dócil, observo cómo la tabla del paraíso se mueve hacia nosotros, cerrándose sobre la parte central de la composición. Fovel repite la operación con la pieza opuesta, ocultando la obra como quien cierra un armario.   
—¡Así es como debes empezar a admirar esta herramienta!   
—¿Herramienta? Fovel sonríe.   
—Enseguida lo comprenderás, hijo. Pero antes dime, ¿qué ves?    



El jardín de las delicias, cerrado, se me antoja todo un hallazgo. Está cuidadosamente pintado, pero apenas tiene color. Muestra una escena irreal, en la que todo lo domina una insípida esfera transparente habitada por una gran isla circular que simula emerger de las aguas. Sobre ella, en la esquina superior izquierda, muy pequeño, se distingue un anciano con triple corona y un libro abierto entre las manos. Es Dios y lo contempla todo cerca de dos frases escritas en letras góticas: Ipse dixit et facta sunt e Ipse mandavit et creata sunt.   
—¿Qué significan? —pregunto después de silabearlas.   
—Son palabras sacadas del primer capítulo del Génesis, hijo. Corresponden al segundo día de la creación, cuando el Padre ordena que emerja la tierra firme, la separa de las aguas y la llena de hierba y frutales. «Él lo dijo y todo fue hecho», «Él lo ordenó y todo fue creado», dicen.   


- El lo dijo y todo fue hecho. El lo mandó y todo fue creado -
—O sea, que esto representa un momento previo a la aparición del ser humano.   
—En realidad, a la aparición de casi todo —me acota—. En términos joaquinitas, la escena se corresponde con el reino del Padre.   
—¿En términos joaquinitas? ¿El reino del Padre? ¿Qué es eso, doctor?   
—Ah, claro. Hay que explicártelo todo —responde sin fastidio—. ¿Recuerdas cuando hablamos de Rafael y de la famosa pugna de León X y el cardenal Sauli por convertirse en ese Papa Angélico que unificaría a la cristiandad?   
Asiento. Cómo iba a olvidarlo.   
—Pues bien —prosigue—, ya entonces te dije que el hombre que profetizó por primera vez la llegada de ese pontífice casi sobrenatural fue un monje que vivió en el siglo XIII. Un tipo temperamental del sur de Italia llamado Joaquín de Fiore. De ahí lo de joaquinita.    —Ya… —Trato de hacer memoria a toda prisa—. Recuerdo que mencionó la enorme influencia que tuvo en la redacción del Apocalypsis Nova. Pero no me dijo usted mucho más.  
- Joaquín de Fiore en su escritorio -

—Tienes buena cabeza —asiente—. Es verdad. No te hablé de la tremenda expansión que tuvieron sus ideas en la Europa del Renacimiento porque no era el momento oportuno. Pero ahora lo es. Fray Joaquín de Fiore fue un auténtico visionario. Comenzó a experimentar trances y éxtasis justo después de una visita al monte Tabor que hizo durante su peregrinaje a los Santos Lugares.

-Pero, ojo, además de vidente fue también un intelectual que desarrolló lo que llamó spiritualis intelligentia, una capacidad única para combinar razón y fe que lo convirtió en uno de los grandes pensadores de su tiempo. Todo el mundo lo tuvo en la máxima consideración. Mantuvo correspondencia con tres papas. Ricardo Corazón de León fue a escucharlo a Sicilia. Sus escritos eran considerados casi como la palabra de Dios. De hecho, fue en ellos donde anunció la inminente llegada de un Papa Angélico que uniría poder material y espiritual. Aunque lo que verdaderamente le importaba era lo que creía que iba a llegar después de ese pontífice: ¡el reino milenario! " 


(continuará)  

miércoles, 23 de abril de 2014

LOS PATER EN LAS ONDAS

- Josetxo junto a los otros promotores del arbol
genealógico de Aoiz -
Me hago eco de la intervención de uno de los autores del blog, Josetxo Paternáin, en el programa de RNE1 "Las tardes del ciudadano García" a raíz de la iniciativa del mismo y otros habitantes de Aoiz que pretenden poner en común las genealogías de los habitantes del pueblo. 

La iniciativa ha tenido eco en el Diario de Navarra, así como en radio euskadi.

De paso Josetxo habló de la genealogía propia del apellido Paternáin, de los ancestros más antiguos de los que tiene noticia en sus investigaciones, así como de las reuniones que se celebran en Mendaza de los portadores del apellido.

Vamos calentando motores para la reunión que acostumbra a reunir en Mendaza a todos aquellos que bajo el mismo apellido buscan establecer conexiones e investigar sobre los orígenes del apellido y de su genealogía.




- audio de la intervención de Josetxo en RNE1 -


martes, 22 de abril de 2014

CELEBRACIÓN DEL 70 ANIVERSARIO DE LA CORAL SAN MIGUEL ABESBATZA DE LA VILLA DE AOIZ.


   El domingo día 13 de abril, Domingo de Ramos, se celebró en la Iglesia Parroquial de la Villa de Aoiz, un magnífico concierto, con motivo de la celebración este año, del 70 aniversario del nacimiento de la Coral San Miguel, Abesbatza.
   La celebración de la Semana Santa, fue motivo para que esta excelente agrupación musical, interpretara la famosa obra "Stabat Mater", obra musical creada por el compositor italiano Gioachino Rossini, con forma de secuencia litúrgica sobre versos tradicionales católicos del Siglo XII. Esta plegaria "Stabat Mater" es atribuida al papa Inocencio III o al fraile franciscano Japone da Todi, fue estrenada en el mes de enero de 1842.
   La interpretación de la obra, fue realizada de forma magistral, por la Coral San Miguel acompañada de cuatro afamados solistas, la soprano Carolina Moncada, la mezzosoprano Nerea Berraondo, el tenor Eduardo Zubikoa, el bajo Silvano Baztán, completando el acompañamiento instrumental el pianista J. Miguel Aguirre.
 Coral San Miguel Abesbatza de la Villa de Aoiz.
Interpretación el la Iglesia Parroquial.
   La celebración del 70 aniversario de esta agrupación musical, es una fecha importante, que nos ayuda a recordar parte de los momentos más importantes desde su creación. Esta Coral San Miguel de la Villa de Aoiz, es una de las primeras que en Navarra se inició en la interpretación de la música coral. De la mano de los sacerdotes D. Domingo Larrea y posteriormente D. Julian Lacalle y al amparo de la Parroquia San Miguel, allá por el año 1944 comienza su andadura, participando en los principales actos religiosos de la citada parroquia.
   Poco apoco, y trabajando fuerte, amplía su repertorio y da varios conciertos en diferentes pueblos de Navarra, como ejemplo Valtierra, Villafranca, Burguete y en Aoiz, por supuesto. A la marcha de estos sacerdotes, la Coral vuelve a dedicarse exclusivamente a solemnizar el culto en fechas importantes del calendario litúrgico y las misas dominicales de esta Parroquia.
  A partir del año 1975, reanuda la labor y toma la dirección de la Coral,  Dª Manoli Gimeno, y con muchas personas del coro originario y nuevas incorporaciones comenzará una nueva y brillante etapa de la historia de la Coral San Miguel de Aoiz.
   Colaborando, por supuesto, con la Parroquia siempre que esta lo requiere, de nuevo amplía su marco de actuaciones y prepara un amplio repertorio musical, para numerosa actuaciones, ofreciendo numerosos conciertos por toda la geografía navarra y otras comunidades autónomas de España.
   Participa en numerosos concursos, obteniendo valiosos premios en Tolosa, Bilbao, Ejea de los Caballeros y Arnedo entre otros. Las voces blancas de la Coral, colaboran con el Orfeón Bergarés y la Orquesta Nacional de España, bajo la dirección del maestro Odón Alonso, en la interpretación en el Teatro Real de Madrid de la Octava Sinfonía de Malher. Asimismo son numerosas las colaboraciones con el Orfeón Pamplonés en diferentes conciertos, Novena Sinfonía de Beethoven, Réquiem de Verdi y otras. En el año 1.982, la Coral cambia de director y es D. Luis Lizarraga, quien toma el relevo a Manoli Gimeno, e inicia una nueva era, en la marcha de la Coral.
Actuación de la Coral San Miguel en su visita a Lisboa.
Las "Siete Palabras" de T. Dubois. Semana Santa.
   Se continúan dando numerosos conciertos por Euskalherría, Cataluña, etc. Deja de participar en concursos, pero sin embargo se adentra en el mundo de la música con acompañamientos orquestales. Se realizan trabajos con diferentes orquestas y bandas de música, destacando colaboraciones con la Orquesta Pablo Sarasate de Pamplona, Amalur de Pamplona, Orquesta Sinfónica de Bergara, Banda municipal de Vitoria-Gazteiz, la Pamplonesa también de dicha ciudad.
   En el año 1999 sustituye a Luis Lizarraga, D. Miguel Ganuza, que un año después y por motivos laborables deja la Coral y entrega la dirección a D. Francisco José Leandro. En la Semana Santa del año 2002, la Coral realiza un viaje a Roma con varias actuaciones, y como broche de oro participa junto con un coro italiano y otro alemán en la Misa de Pascua, en la Plaza de San Pedro, presidida por el Papa Juan Pablo II.
   En la Semana Santa del año 2004 se realiza otro viaje a París, con actuaciones en la Misión Española y en la Iglesia de Saint Severin. En el año 2007, dos conciertos en Praga, avalan el buen trabajo de la Coral San Miguel y obtiene un aplaudido triunfo en sus interpretaciones en los conciertos ofrecidos en las Iglesias de San Martín y San Nicolás.
   En el año 2010, es en Lisboa donde ofrece un concierto con la interpretación de "Las Siete Palabras" de T. Dubois y participa en la Misa de Pascuas en la Basílica de Nuestra Señora de los Mártires, en la celebración de Semana Santa. En las Navidades del 2010-2011, colabora con otros coros de Navarra en el Mesias Participativo, en el Auditorio Baluarte de Pamplona junto a la Coral Andra Mari de Rentería, como Coro Principal, y la Orquesta Sinfónica de Navarra bajo la dirección del maestro Robert King.
   En la actualidad dirige el Coro Aitziber Martxueta. El repertorio es amplísimo abarcando todo tipo de música : Polifonía religiosa y profana, música del Renacimiento, Cancionero de Palacio, Folclore de todo el mundo, esencialmente del País Vasco, obras de acompañamiento orquestal, música moderna con obras de los Beatles, L. Berstein, espirituales negros y otros.
Pintura Alegórica del "Stabat Mater".
Imagen del Pintor Luis Morales.
   En esta conmemoración, al coincidir con Semana Santa, eligieron la obra "Stabat Mater" para interpretarla magistralmente ante un numeroso público que llenaba totalmente la Iglesia Parroquial de la Villa de Aoiz.
   Esta obra corresponde a la época de madurez de Gioachino Rossini, quien principalmente se dedicó a componer óperas y no obras religiosas. Este compositor vivió cómodamente desde el punto de vista económico en la sociedad parisina de su época, pudiendo permitirse dejar de componer óperas para escapar del estrés que esto le producía. No obstante, tras "jubilarse" siguió componiendo obras, entre ellas Stabat Mater.
   El Stabat Mater de Rossini estaba estrechamente vinculado a España, ya que fue encargado en una visita a Madrid en el mes de febrero de 1831. Rossini dirigió una representación muy celebrada del Barbero de Sevilla, en presencia del propio Fernando VII; a la función acudió el archidiácono D. Manuel Fernández Varela quién, entusiasmado, deseaba poseer un manuscrito de Rossini y un Stabat Mater, que rivalizase con el famoso de  Pergolesi.
   A Rossini, compositor de óperas bufas, le pareció un encargo demasiado serio, por lo que fue reticente en un primer momento, aunque finalmente accedió a componerla, dado que el prelado era un gran amigo de su protector, Alejandro Aguado. La única condición que impuso el compositor, fue que la obra no podía ser vendida, ni publicada y recibió a cambio de su composición, una tabaquera de oro encastrada de diamantes que la donó el propio Varela.
   Aunque se esperaba la obra para la Pascua del año 1832, Rossini no encontraba suficiente inspiración para las secciones 2, 3, y 4, con la parte más floja del texto de la poesía, por lo que pidió a su amigo el compositor musical del Theatre Italien de París, Giovanni Tadolini, que completase la obra.
   A pesar de la decepción que supuso para el archidiácono Varela, la obra fue finalmente estrenada en la Iglesia del Convento de San Felipe del Real de Madrid, el Viernes Santo del año 1833.
 Coral San Miguel  y solistas interpretando el Stabat Mater
de Rossini en la Iglesia Parroquial de la Villa de Aoiz.
   A la muerte de Varela en el año 1837, y contrariamente a lo convenido inicialmente, el manuscrito fue vendido a un privado y posteriormente a un editor de París, lo que arrancó la furia de Rossini, ante la embarazosa situación que podría haberle causado que se conociese que parte de la obra, no la había compuesto él mismo. El compositor consiguió recuperar el manuscrito y compuso las partes que había dejado en manos de Tadolini, dotando a la obra de un gran sentido de unidad, añadiendo como final la sección décima "Amen in sempiterna saecula".
   Finalmente la obra completa fue estrenada por primera vez en París el 7 de enero  de 1842 en la sala Ventadour con gran éxito. La siguiente interpretación se realizó en Bolonia dirigida por Gaetano Donizetti.  Sin embargo, desde el exterior, Rossini fue acusado por algunos críticos por exceso de teatralidad en la composición, que según estos "no está acorde con la transmisión del sentido místico que emana de la secuencia de Jacopone da Todi".
    La obra necesita cuatro solistas (Soprano, Mezzosoprano, Tenor y Bajo), un coro y una orquesta para ser interpretada, y consta de diez partes o movimientos.

            1.Introducción para coro y solista "Stabat Mater Dolorosa".
            2. Aria para tenor "Cujus animam gementem",
            3. Dueto para soprano y contralto "Quis et Homo".
            4. Aria para bajo "Pro peccatis suae gentis"
            5. Recitativo para bajo y coro "Eja Mater, fons amoris".
            6. Cuarteto para solistas "Sancta Mater, istud hagas".
            7. Cavatina para contralto "Fac, ut portem Custi mortem".
            8. Aria para soprano y coro "Inflammatus et accensus".
            9. Cuarteto para solistas "Quando corpus morietur".
           10. Final para coro "Amen, in sempiterna saecula" de estilo fugado.
 
   En la espectacular actuación del Coral San Miguel y Solistas se sustituyó la Orquesta por la gran actuación al piano del maestro J. Miguel Aguirre.
   Después de la genial interpretación, el público asistente premió a todos los participantes en este evento musical, con una gran ovación que duró varios minutos. Con la entrega de sendos ramos de flores a la directora de la Coral, solistas y maestro de piano concluyó esta gran velada musical en la Villa de Aoiz.


jueves, 17 de abril de 2014

UN PASEO POR EL PRADO: EL JARDÍN DE LAS DELICIAS. JERÓNIMO EL BOSCO (II)

Continuamos con el capítulo del libro de Javier Sierra, "El maestro del Prado", en el que nos cuenta los secretos que esconde la tabla del Bosco "El jardín de las delicias".

EL JARDÍN DE LAS DELICIAS (II)

"Necesitaba saber hasta qué punto la imagen que me había hecho del gran Felipe II exhalando su último aliento en la madrugada en la que se cumplían catorce años exactos de la colocación de la última piedra de El Escorial, con el cuadro del Bosco apoyado en algún lugar de su dormitorio o del corredor anejo, temeroso de sus diablos, tenía o no algún sentido. Ya sólo faltaba que el maestro del Prado acudiera a mi llamada silenciosa y me desvelara el porqué de esa enigmática fascinación del rey por el Bosco. 

11 de enero de 1991. Viernes. Los recuerdos de esa jornada acuden a mí tan meridianos como surrealistas. Poco importa que los ordene dos décadas más tarde. Quizá los vivos colores que conservan en mi memoria sean el reflejo exacto de lo que El jardín de las delicias provoca cuando uno se expone demasiado tiempo a sus imágenes. Por eso quiero plasmarlos tal cual emergen. Ruego comprensión en quien los lea, ya que las páginas que siguen son el producto del impacto que una tabla de quinientos años ejerció en la mente de un muchacho que soñaba con comprender lo inefable.

- Situación de la sala 56a en la planta 0 del Prado -
Qué incauto fui. Como cualquier visitante del Prado sabe, la tabla mortuoria de Felipe II descansa en la sala 56a. Lleva ahí casi medio siglo. Se trata de un aula rectangular sita en la planta baja del edificio, que bombea calor a espuertas a través de diez rejillas disimuladas en su discreto friso de mármol. Yo, que acabo de atravesar el museo a grandes zancadas, con el rostro aún cubierto con una bufanda y unas gafas de sol por temor a encontrarme con la persona equivocada, percibo en el acto su ardiente bofetada.
Estoy a punto de descubrir que en el edificio existen lugares con una atmósfera «especial». Son reductos que se perciben diferentes al resto, quizá por los cuadros que cobijan, quizá por otra cosa. El caso es que ese viernes, justo allí, en el corazón de la macabra habitación 56a, aferrado a la bolsa de mi cámara, percibo algo inusual. Puede que le parezca poca cosa al lector, pero, cuando empiezo a quitarme de encima capas de ropa, una emoción que no había sentido en ninguna de mis visitas anteriores se me instala en el pecho. Es una impresión breve. Como si el calor, las prisas, el millar de ojos pintados que apuntan hacia mí y cierto miedo irracional hubieran saturado mi sistema nervioso para, a continuación, hacerme temblar de pies a cabeza. Me mareo. Dejo la bolsa en el suelo. Me recompongo. Y cuando creo haber restablecido el equilibrio tomo otra vez conciencia —así, de golpe, igual que sucedió después de conocer al señor X— de quién soy yo y qué hago allí. Interpreto aquello como una señal. Inspiro hondo, «¡Estoy listo!». Esta vez, la certeza es de acero. Imposible de trasladar a palabras. Y quema como el fuego, «Todo va a salir bien», me digo.

Enseguida descubro que en el centro de la sala de los Boscos hay plantado una especie de mueble. No existe nada parecido en todo el museo. Es una mesa. En realidad, un expositor horizontal diseñado para sostener una tabla que, según sabría después, estuvo en el despacho de Felipe II hasta el mismo día de su muerte. Todas las guías la llaman La mesa de los pecados capitales, pero en realidad se trata de una curiosa pintura circular, ejecutada con técnica de miniaturista sobre tablas de madera de chopo, que muestra las tentaciones a las que está sometida el alma humana.

Lo que más llama la atención es que éstas han sido distribuidas dentro de una especie de ojo gigante, hipnótico, que parece que puede traspasarte el alma. Cave, cave, Deus videt, leo.


- "Cuidado, cuidado, Dios te ve" -
Y, como impelido por los siete tondos o secciones que rodean a esa pupila, comienzo a dar vueltas a su alrededor para admirar sus escenas de miniatura. Algo he hecho bien, después de todo.


Al orbitar durante un rato en torno al «ojo de Dios», pongo en marcha no sé qué. Una percepción. Una visión. Tal vez a ese «duende máximo» del Prado que el psiquiatra y experto en arte Juan Rof Carballo supone escondido precisamente en la Mesa, y que imagina «burlándose de los críticos por no haber practicado en su vida los beneficios y por no haber conocido las sirtes y escollos de la meditación, ignorando que todo ello representa otra concepción del mundo». ¿Debo, entonces, abrir la mente? ¿Seguir girando como un derviche? ¿Acaso expandir mi conciencia, perdiéndola dentro de las alucinógenas escenas del Bosco que me rodean? ¿Y cómo?
Me sobrecoge descubrir de repente que estoy merodeando en torno a una obra apocalíptica. Una más en aquel galimatías en el que he caído. Dos filacterias con citas del Deuteronomio escritas en latín lo dejan muy claro:


«Es un pueblo sin raciocinio ni prudencia. Ojalá fueran sabios y comprendieran y se prepararan para el fin», dice la primera, en la parte superior de la tabla.


Y abajo: «Apartaré de ellos mi rostro y observaré su fin.» Desasosegado, levanto la vista y veo que toda la sala parece, de un modo u otro, conectada a la muerte.
¿Por eso mi cerebro la percibe distinta a cuantas he visitado antes? Dudo. A mi alrededor cuelgan una decena más de obras maestras de artistas extranjeros. Casi todas son también del Bosco. El carro de heno. La extracción de la piedra de la locura. Las tentaciones de San Antonio. Pero también El triunfo de la Muerte de Pieter Brueghel. Un San Jerónimo y El paso de la laguna Estigia de Patinir. Y, por supuesto, señoreando aquel panorama de imágenes inquietantes, El jardín de las delicias. Mi verdadero objetivo.   

Dada la hora —las dos de la tarde, con la ciudad a punto de estrenar fin de semana—, el lugar se encuentra desierto. Sigo sin avistar a ninguno de los bedeles que deberían estar cuidando esta ala del museo, así que, algo más confiado, me siento en el suelo frente al famoso tríptico y aguardo a que el maestro Fovel me encuentre. «Llegará», me digo convencido. «Siempre lo ha hecho.» Saco mi Canon de la bolsa, cargo un rollo en el tambor, ajusto la apertura del diafragma y la dejo preparada entre las manos. «Todo saldrá bien», me repito como un mantra.

  (continuará)

jueves, 10 de abril de 2014

UN PASEO POR EL PRADO: EL JARDÍN DE LAS DELICIAS. JERÓNIMO EL BOSCO (I)

El libro de Javier Sierra, "El maestro del Prado", nos cuenta, en clave de ficción, la visita del escritor al museo, guiado por Fovel, un hombre misterioso, que le descubre el lenguaje cifrado y los códigos ocultos que esconden algunas de las obras más conocidas del museo madrileño. En otra serie de entradas vimos el capítulo dedicado a la tabla de Pieter Brueghel el Viejo "El triunfo de la muerte".

En las siguientes entregas asistiremos a la visita de Javier Sierra al museo del Prado en la que Fovel le explica las claves mágicas que se atribuyen al cuadro del Bosco "El Jardín de las delicias", y de las que el mismo Felipe II parece que era conocedor y utilizó en los momentos previos a su muerte.



EL JARDÍN DE LAS DELICIAS
 
 
"Dos días tardé en quitarme el amargo sabor de boca que me dejó la conversación con don Julián de Prada. Hasta entonces no me di cuenta de que la razón que lo había llevado a acercarse a mí era el miedo. Miedo a que un joven torpe y desinformado como yo alterara un orden que no acertaba a comprender. Miedo, en definitiva, a que afilara las armas de periodista que en esos días ponía a punto con mis estudios y terminara por revelar algo que le resultaba incómodo. Pero si algo bueno tuvo mi encuentro con aquella especie de diablo trajeado fue que me ayudó a tomar una decisión respecto a Marina.Definitivamente iba a dejarla fuera de aquel embrollo. Era lo mejor. Al menos hasta que averiguara qué estaba pasando exactamente en el Prado y cómo de peligrosas podían llegar a ser las amenazas de don Julián.   

En esas cuarenta y ocho horas no pasaron grandes cosas. O eso me pareció. Visité dos veces la casa de la tía Esther hasta que convencí a Marina y a su hermana de que ya no tenían nada que temer. Por supuesto, no les dije que había conocido al señor X, y mucho menos que toda su atención ya estaba puesta sobre mí. También aproveché para ponerme al día con la universidad y con la revista. E incluso saqué algo de tiempo libre para preparar mi siguiente visita al museo.

Si antes ya estaba convencido de que iba a continuar viéndome con el maestro, tras el encuentro con don Julián mi decisión se había hecho más firme que nunca. Eso sí: realicé cada una de mis gestiones buscando siempre la larga sombra del señor X con el rabillo del ojo. Y como éste, por suerte, no se dejó ver, su ausencia terminó por despertar en mí fuerzas que no sabía que tenía. Por primera vez sentí que podía ser yo quien llevara la voz cantante en aquella historia. Y quien eligiera la lección que recibir o el cuadro que visitar. Incluso tomé la determinación de registrar cada nuevo paso que diera. Cada revelación. Pero lo que no quise ver fue que aquel indeseable había marcado mi rumbo por segunda vez.

- Felipe II -
Por culpa de sus palabras en el parque, ahora quería saberlo todo sobre Felipe II. Lo necesitaba. Intuía que en esa figura —o quizá en alguno de los seiscientos retratos que se encargó en vida— encontraría pistas que me ayudaran a comprender en qué clase de guerra había puesto el pie. Y en la penumbra de mi mesa de estudio, en la habitación C33 del Colegio Mayor Chaminade, empecé a trabajar en esa dirección. No fue difícil dar con varias descripciones de la muerte del rey, acaecida en sus aposentos del monasterio de San Lorenzo de El Escorial el 13 de septiembre de 1598. Todas bebían de lo que había dejado escrito el jerónimo fray José de Sigüenza, a quien ya conocía por su relato de las últimas horas de Carlos V. Sigüenza fue uno de los hombres clave de ese periodo, relicario real —esto es, conservador de las reliquias de santos pertenecientes al monarca—, así como el primer historiador del monasterio escurialense.

Esas fuentes, en consecuencia, venían a decir más o menos lo mismo que él: que a finales de junio de 1598, viendo que su salud mermaba, Felipe II, de setenta y un años de edad, aquejado de gota, víctima de una sed insaciable, vientre y extremidades hinchados y dolores por todo el cuerpo, decidió abandonar el Real Alcázar de Madrid e instalarse en las dependencias del gigantesco complejo que había levantado para que le sirviera de tumba.

Su viaje entre la corte de Madrid y El Escorial debió de ser tremendo. El rey y su séquito emplearon seis jornadas para recorrer sólo cincuenta kilómetros. Lo hicieron bajo un sol de justicia, deteniéndose en casas de la corona estratégicamente situadas en la ruta, y con el hombre más poderoso del mundo al borde del desfallecimiento. El ácido úrico había avanzado tanto que ya tomaba el control no sólo de los pies sino también de los brazos y las manos. Felipe II tenía el cuerpo en carne viva. Hasta el roce de la ropa le provocaba dolor. No podía caminar. Le costaba un mundo estar sentado en su carruaje. Y las llagas que empezaban a supurarle emanaban un olor nauseabundo que no presagiaba nada bueno.

Pronto supe que nada más llegar a su destino fue recluido en el humilde dormitorio que él mismo se había diseñado en el extremo sur del monasterio. De no ser por la cama con dosel que llenaba la estancia casi por completo, aquel cuartucho le hubiera parecido una celda a cualquiera. Pero no así al rey.

- Habitación y cama donde muere Felipe II en El Escorial -

Estaba situado en una zona privilegiada del edificio, en la vertical exacta del panteón donde pensaba ser enterrado, y desde un discreto ventanuco practicado a su izquierda podría seguir las misas del altar mayor sin levantarse de la cama. Justo enfrente, además, un portón de doble hoja abría el recinto a un amplio y luminoso corredor adornado con un rústico friso de azulejos de Talavera por el que podrían circular sus doctores, confesores y ayudas de cámara. Y pared con pared con su cabecero, en otro cuarto de reducidas dimensiones, tuvo siempre a punto su escritorio y una pequeña biblioteca de no más de cuarenta volúmenes.   

El primero de septiembre de 1598, menos de un mes después de instalarse en la «fábrica de Dios», Felipe II firmó su último documento como monarca y recibió la extremaunción. Casi paralizado por el dolor, con fiebres cada vez más altas y sin poder articular palabra, pasó sus últimas jornadas en la Tierra recibiendo visitas que le hablaban de lo que sucedía en sus dominios, o escuchando cómo su hija favorita, Isabel Clara Eugenia, le leía pasajes del libro de los Salmos. El Rey Prudente —así lo bautizará la Historia— estaba preparado para morir.

Pero consciente de lo cercano que estaba su final, quiso pertrecharse de dos ayudas más.  Por un lado, sus queridas reliquias. En El Escorial había atesorado nada menos que 7.422 huesos de santos. Además de decenas de falanges ennegrecidas, un pie de san Lorenzo con los carbones de su martirio adheridos al hueso, doce cuerpos enteros y más de cuarenta cráneos humanos, también reunió varios cabellos de Jesús y de la Virgen o un brazo de Santiago Apóstol, así como astillas de la cruz y la corona de espinas. Sin titubear, dispuso que se los colocaran por turno sobre ojos, frente, boca y manos, creyendo que de este modo mitigarían su dolor y ahuyentarían al Maligno. El padre Sigüenza llegó a decir de semejante colección: «No tenemos noticia de santo ninguno del que no haya aquí reliquia, excepto tres», y justificaba tan colosal empresa como un intento del rey católico por impedir que éstas cayeran en poder de los protestantes, convirtiendo de paso su monasterio en el camposanto más sagrado de la cristiandad.   

Pero Felipe II exigió algo más: quiso que transportasen hasta su escueta dependencia algunos cuadros ante los que deseaba orar en sus últimas horas. Semejante orden, claro, me resultó muy familiar. Este rey, que en tantas cosas había emulado a su padre Carlos V, deseó también hacer su meditatio mortis ante imágenes elegidas por él. De hecho, hasta tal punto llegó a imitarlo que días antes envió una comisión para que abriesen el ataúd del emperador con instrucciones de que tomasen buena nota de cómo había sido enterrado para que así lo sepultaran a él. Felipe —ya me lo advirtió don Julián— estaba convencido de que tanto el espíritu de su progenitor como esas pinturas «de muerte» iban a contemplarlo de un modo u otro, apiadarse de su sufrimiento e incluso socorrerlo en su agonía.   

- Jerónimo el Bosco -
Impactante, pues, debió de ser el momento en el que ordenó que le llevaran junto al lecho uno de los trípticos más extraños de su colección: El jardín de las delicias. La obra cumbre de Hieronymus van Aken —también llamado El Bosco o Jerónimo de Aquisgrán— apenas llevaba cinco años en El Escorial, pero su contenido irreverente ya había despertado toda suerte de comentarios en la corte. ¿En qué pasaje bíblico se mencionaba aquella marea de hombres y mujeres desnudos, cohabitando en un jardín de frutas y aves gigantes, entregados a los placeres de la carne? Nadie, sin embargo, se atrevió a contradecir la última voluntad del monarca. Y así, sin oposición alguna de los frailes que lo atendían, aquel imponente retablo de 2,20 × 3,89 metros fue colocado junto a su tálamo, haciéndose lo imposible para que el monarca pudiera admirarlo y orar ante él.    Ahora bien: ¿por qué el hombre más poderoso de la cristiandad pidió tener junto a él precisamente aquella obra?
Desde que fue confiscada en los Países Bajos al príncipe protestante Guillermo de Orange en 1568 y enviada a España, a manos particulares primero y a El Escorial después, siempre estuvo rodeada de polémica. Era una pintura extraña. Ajena en mil y un pequeños detalles a la Biblia. Sembrada de animales imposibles y cohortes de diablos espantosos. Y con todo, Felipe II, el monarca más católico de Europa, no paró hasta poseerla. ¿Qué sabía, pues, el viejo rey de esa composición que nuestra Historia no ha sido capaz de explicar? Ésas y no otras iban a ser las preguntas que llevara conmigo al Museo del Prado en mi siguiente visita."

(continuará)


miércoles, 9 de abril de 2014

DESDE LA ERMITA DE SAN JOSÉ (TAFALLA) A LA ERMITA DE SANTA ZITA. RETORNO VISITANDO EL EDIFICIO-REFUGIO DE LA HERMANDAD DE LOS DOCE APÓSTOLES.

   Iniciamos la salida acostumbrada de los sábados, en este caso de Pamplona, y nos dirigimos a la ciudad de Tafalla, desde donde realizaremos el recorrido elegido. El día es desapacible con anuncio de lluvias intermitentes durante la jornada. Nos desplazamos por la carretera N-121A hasta arribar a la ciudad atravesada por el río Cidacos.
   En esta ciudad después de pasar por el lateral de su Plaza principal, un poco más adelante en un cruce, tomaremos la carretera NA-132 en dirección a San Martín de Unx, hasta llegar a las proximidades de la Ermita de San José, situada en las afueras de Tafalla, que es el lugar de partida de este hermoso recorrido.
   Aparcamos los vehículos en las proximidades de esta ermita y nos equipamos convenientemente para iniciar el camino sin olvidar elementos de protección contra la lluvia, que nos acompañará durante una parte importante del mismo.
Inicio y final del recorrido.
Ermita de San José. Tafalla.
   Esta Ermita de San José, lugar donde nos encontramos data del año 1879 y según datos obtenidos en crónicas de Tafalla, consta de una nave de tres tramos con cabeza poligonal, con coro alto a los pies, con dos capillas adosadas a ambos lados. La cubrición, plana en las capillas, es de bóveda de crucería rebajada sobre pilares en la nave y gallonada en la capilla mayor. Las paredes tienen pequeños sillares articulados por finos contrafuertes. A los pies se abre un sencillo arco de medio punto y sobre él, un gran rosetón circular. Las ventanas también son de medio punto. Una sobria espadaña remata la fachada.
   Salimos de este lugar tomando un amplio camino entre la línea del ferrocarril y la autopista AP-15,  nos dirigimos en dirección norte, acercándonos a la población de Tafalla. El camino amplio desciende ligeramente hasta llegar al lugar en que pasa por debajo de la citada autovía, tomando ahora la dirección este, y penetrar en una zona de abundantes fincas agrícolas.
   Seguimos por el cómodo camino ascendente, con ligera pendiente de elevación en la dirección señalada, teniendo como referencia los aereogeneradores del parque de Guerinda. Durante este recorrido aparecen varias derivaciones del camino principal, pero hay que procurar mantener la pendiente en elevación, pues de lo contrario encontraremos en nuestro camino el paso del Canal de Navarra, que tendríamos que superar para continuar por el recorrido, hacia el lugar elegido. Tampoco hay que tomar otras derivaciones de más pendiente que nos llevaría a situarnos en la pista que recorre el citado parque de generadores de Guerinda.
   Recorreremos los términos del "Portillo del Aire", "Valgorra, en donde se alternan campos de cereal, plantaciones de olivos y monte bajo, en donde predominan los enebros, quejigos y carrascas. Llegamos al caserío Pozuelo en el término de Sansoaín, en donde no quedan más que ruinas de lo que debió ser el edificio principal. Se aprecian entre la maleza, diversos muros de manpostería de piedra que delimitaban la edificación.
 Caserío Pozuelo. Espacio ocupado por la "Era de trillar".
   Lo que se aprecia claramente, es un muro semicircular de piedra, que conforma una plataforma elevada, es un espacio circular, que sin lugar a dudas era la "era de trillar las mieses", donde se obtenían los cereales propios de la cosecha. El espacio tuvo que hacerse artificialmente debido a las superficies inclinadas que rodean las proximidades de este caserío.
   Seguimos por el camino en dirección este, que aparece delante de nosotros, hasta después de unos 800 metros de recorrido, encontrarnos con la terminación del camino en un campo cultivado de cereal. En esta época el sembrado de trigo aflora ligeramente a la superficie, en cuyo interior se aprecia una senda difuminada que lo atravesaba y que ha sido labrada.
   Optamos por bordear dicho sembrado y continuar el camino, que continua  por la parte superior del mismo, entre vegetación de monte bajo y con una pendiente moderada hasta llegar a la parte más alta de este recorrido. Estamos a una altitud de 679 metros aproximadamente.
   A partir de este lugar nos encontramos un amplio camino en dirección norte-sur, lo cruzamos y ahora iniciamos una senda de bajada introduciéndonos en un curioso pinar, que cubre las dos vertientes de un frondoso barranco, en uno de cuyos laterales esta situada la Ermita de Santa Zita. En el inicio del descenso, en la parte derecha de este camino nos encontramos con un crucero en el que está inscrito y se puede leer lo siguiente : "Peregrinos, la salve rezar, la Virgen de Ujué, lo premiará". También aparecen los nombres de dos personas que pueden ser los autores de esta dedicación a la citada Virgen.
   Metidos dentro del pinar, descendemos durante unos 450 metros, ahora con una pendiente acusada en dirección de la Ermita de Santa Zita, situada en la parte inferior de esta ladera del barranco. Antes de llegar al espacio ocupado por la nave de esta singular edificación encontramos zonas de asadores y merenderos utilizados en las romerías a este emblemático lugar, utilizada por los peregrinos de San Martín de Unx.
 Ermita de Santa Zita. Portada principal.
   Llegados al lugar podemos apreciar dos edificios diferenciados, uno la propia Ermita y el otro una edificación asociada para albergar al ermitaño. Parece ser según nuestras noticias que hasta no hace mucho tiempo, hubo una persona que habitaba el lugar y ejercía las funciones correspondientes a dicho cargo.
   El lugar es acogedor, la Ermita está ubicada en una vaguada, a media distancia entre la máxima cota de altura de la zona y la mínima que corresponde a la carretera de Tafalla a San Martín de Unx, rodeada de un bosque de pinos. Es un edificio sencillo de piedra tallada, donde destaca una puerta gótica sobre escaleras de acceso. En la delantera y encima de la puerta descrita presenta dos ventanales y una graciosa espadaña que alberga una pequeña campana.
   Según crónicas sobre este edificio, en su interior existen unas pinturas al fresco del siglo XVII. Su bóveda de cañón algo apuntada es similar a la de la iglesia de San Martín de Unx.
   Cuentan los lugareños que la devoción a la Santa la trajo un capitán italiano que vino a guerrear a Navarra a finales del siglo XV o principios del siglo XVI, y que cayó herido en las proximidades de la ermita. Estando moribundo donó sus bienes para la restauración de la ermita y para que se dedicase desde entonces a la devoción de Santa Zita, y allí murió y fue enterrado.
   Más tarde, entre los años 1520 y 1525 pasó por el lugar, en que por aquel entonces se llamaba el término "Val de Carca", el hombre de armas Francisco Martinez Alcocer, que fue al pueblo de San Martín de Unx y pidió a los jurados de la Villa que él, queriendo apartarse de los "vicios y regalos del mundo", hacer vida religiosa en servicio de Dios. Por este motivo solicitó permiso para vivir en este lugar apartado, como servidor de las demás gentes de estos lugares.
   El Alcalde y Regimiento de la Villa, así como los vecinos y Concejo, le concedieron el privilegio y pasó a ser ermitaño de la Ermita de Santa Zita. Dicen las crónicas, que los estamentos de la Villa de San Martín de Unx, accedieron a limpiar de árboles, arbustos y raíces, unas zonas próximas del lugar donde está ubicada la Ermita, para plantar viñas, olivos, y tierra blanca para obtener trigo y conseguir el sostenimiento de los ermitaños, ya que de otra manera vieron que las posibilidades de aportar limosna eran mínimas, por parte de los habitantes de estos lugares.
 Canal de Navarra. Camino de retorno desde Santa Zita.
   Situados en este lugar, debido a la persistente lluvia que nos acompañó en todo el recorrido, que no cesó en ningún momento, los componentes de "matarrasa", optamos por acomodarnos lo mejor posible en este lugar, tomar un frugal almuerzo comentando las incidencias del camino recorrido, y plantear el retorno al lugar de partida.
   Abandonamos este emblemático lugar por una amplia pista en dirección sur con ligero descenso, para después de unos 1100 metros de longitud llegar al Canal de Navarra, alimentado por el embalse de Itoiz que atraviesa y riega esta zona. De vez en cuando conviene volver la vista hacia atrás y contemplar el hermoso paisaje en donde se halla la Ermita de Santa Zita.
   Atravesamos el Canal de Navarra por un puente de acceso y continuamos bajando en dirección a la carretera NA-132, dejando a la izquierda el caserío denominado Femate, lugar de descanso en el retorno del peregrinaje de romeros de Nuestra Señora de Ujué. Salimos a la carretera general y tomamos dirección hacia Tafalla, y durante unos 1800 metros circulamos por el arcén izquierdo de la carretera hasta llegar a una bifurcación de un amplio camino que se dirige a unas fincas de cultivo. Justo en frente, al otro lado de la carretera vemos un nuevo y hermoso edificio que nos sorprende por lo original construcción. Atravesamos la carretera con cuidado por la posible irrupción de vehículos, y por un ancho camino nos dirigimos al curioso edificio, situado en una pequeña elevación del terreno.
   En los laterales del camino de acceso observamos unas piedras a modo de  menhires tallados en una de sus caras con los rostros de doce figuras con sus respectivos nombres que comprobamos correspondes a los apóstoles de Nuestro señor Jesucristo.
 Edificio refugio de la Hermandad  de los Doce Apóstoles.
   Nos encontramos a las puertas de en un nuevo refugio de la Hermandad de los Doce Apóstoles de Nuestra Señora de Ujué. Esta Hermandad es sinónimo de tradición, desde que el año 1607 peregrina a Ujué en la noche del 30 de Abril al 1 de Mayo. En fila de a uno y en silencio los hermanos recorren todos los años, los 20 kilómetros que separan Tafalla de Ujué y regresan a la ciudad del Cidacos.
   El año 2010 trajo novedades, en primer lugar, el retorno de la peregrinación se realizó al renovado refugio situado en el denominado paraje de la Carravieja, construido sobre la antigua caseta que tuvo que ser derribada, ya que estaba agrietada y existía peligro de derrumbamiento, según noticias aparecidas en la prensa de Navarra.
   En el citado año 2010 el domingo de Pentecostés fue inaugurado este hermoso edificio. En este día los aproximadamente 100 hermanos, celebran la fiesta y la hacen extensiva a todas sus familias con una misa, una comida y juegos por la tarde. Este año se añadió el acto inaugural.
   En en interior de este singular edificio se introdujo una hermosa talla de 94 centímetros de la Virgen de Ujué, que preside el lugar, protegida mediante una pantalla de cristal, realizada por el pamplonés vecino de Tafalla, Miguel Valencia, que esculpió la talla con distintos tipos de madera.
   Nos sorprendió el lugar, por estar permanentemente accesible su entrada y por la disposición en su interior, además del lugar del habitáculo de la imagen citada, hay un conjunto de sillas y mesas de obra y un lugar para realizar fuego y cocinar cualquier tipo de viandas, como pueden ser las tradicionales costillas asadas.
   Esperamos que los visitantes de este lugar lo respeten, no produciendo ningún desperfecto, dejando el lugar limpio de basuras y desperdicios, como lo encontramos y dejamos en nuestra visita. Posteriormente regresamos a la carretera NA-132, recorriendo la última parte del camino de retorno hacia la ciudad de Tafalla. En las afueras de esta ciudad, como señalamos en el inicio de esta comunicación se encuentra la Ermita de San José, en donde teníamos aparcados los vehículos.
   Después de cambiarnos las prendas mojadas por la pertinaz lluvia que nos acompaño todo el recorrido,regresamos a la ciudad de Pamplona, después de esta singular visita a lugares muy interesantes de la Zona Media de Navarra.