viernes, 5 de julio de 2013

LA BATALLA DE MENDAZA (y XI): LA PELÍCULA

Después de la descripción que hace Galdós del enfrentamiento de Mendaza, creo que el mejor sitio para releer de nuevo la batalla y rememorar sus pequeños detalles es situarse, ¡cómo no!, en Mendaza, en la ermita de Santa Coloma, tranquilamente sentados, bien sea en el "Pedro" o en la "Aurora", cualquiera de esos cómodos bancos que dominan perfectamente todo el valle de La Berrueza.



Podemos imaginarnos un día soleado de invierno, muy frío, con una extraordinaria aglomeración de humanidad distribuida por el valle y sus montañas. Casi 20.000 soldados, con rostros serios, concentrados, dispuestos a matar al contrario antes de que acaben con su vida. Muchos rezan a sus padres ya muertos.

Se escucha un silencio general expectante, como el preludio de un concierto antes de que salga el director de la orquesta. El silencio sólo se rompe por las toses de los soldados y el relinche de los caballos conocedores de la inminencia de la batalla y transmisores de los nervios de sus jinetes. Algunos se atreven a espantar a los fantasmas y al enemigo entonando cánticos militares. De vez en cuando, los clarines recitan un código de órdenes para mantener activa a la tropa. Y de repente, un ruido de fondo va aumentando a medida que comienzan los enfrentamientos artilleros: un rosario organizado de ráfagas de las infanterías en línea, de vez en cuando salpicado por el mayor estruendo de los cañones y los obuses. En plena batalla el griterío humano resulta ensordecedor. De tanto en tanto, algún grito desgarrador, la última blasfemia. El fondo de disparos es continuo.

Un olor a pólvora quemada comienza impregnar el ambiente y le va ganando la partida a ese olor característico de la caballería a urea y pasto. A medida que pasan las horas se entremezclan los olores animales más internos: la sangre y las vísceras de los cadáveres. Cuando el sol se pone se hace difícil distinguir cuerpos, colores, banderas, olores y sonidos, todo va desapareciendo con el día. Y por fin la noche, el frío y el silencio se van imponiendo. Entonces el aire huele a la leña quemada en los cientos de hogueras que iluminan el valle.

Y en los pueblos ¿qué ha pasado? Es como si hubiera venido el fin del mundo. Las casas están vacías, cerradas. La gente desaparecida pasa todo el día escondida en lo más recóndito, escuchando los sonidos de la batalla, esperando lo peor, hasta que, por fin, alguien avisa que todo ha pasado. Curioso, se han levantado y desayunado con los de un bando, y por la noche se acuestan con los del bando contrario.

Y todo eso ¿para qué?



- LA BATALLA DE MENDAZA -



jueves, 4 de julio de 2013

LA BATALLA DE MENDAZA (X): ALGUNAS REFLEXIONES


  • El porqué de la batalla de Mendaza tuvo su lógica militar. Dominar el valle de La Berrueza como zona de paso resultaba de gran importancia estratégica para ambos bandos. Era un terreno neutral entre las montañas y valles carlistas (Urbasa, Aralar, Las Amescoas) y las tierras cristinas llanas del Ebro. Para estos últimos era un paso natural de tránsito desde Logroño, Los Arcos hasta Vitoria pasando por Zúñiga y los pueblos que configuran actualmente el puerto de Atauri, Maeztu y Antoñana. Los carlistas debían evitar que los cristinos dispusieran de la vía de acceso. Por su parte, si los carlistas ganaban la batalla de Mendaza, tenían salida libre al Ebro por Logroño, luego Miranda, Burgos y por fin Madrid. Esas eran las cuentas de la lechera de unos y otros.


  • Ilustrativo de cómo se peleaba entonces es la secuencia de la película "El patriota" que reconstruye la batalla de Yorktwon (Virginia), en la guerra de independencia de los Estados Unidos. Fue mucho antes, en 1781, pero en esencia no hubo muchos cambios en la táctica militar de batalla a campo abierto. ¡Vamos!, que les ponemos  a unos la chapela y a los otros el gorro, les cambiamos el inglés y el francés por el castellano y el eusquera y casi lo mismo. La infantería en línea, la caballería y los cañones, y en definitiva, a ver quien aguantaba más. El volumen de los enfrentados no era muy diferente. Por un lado, 8.000 británicos y por otro, 9.000 insurgentes continentales, más 5.000 hombres del cuerpo expedicionario francés. Parece que en Mendaza afinaron un poco más la puntería porque el parte de bajas en Yorktwon fue bastante menor: 156 muertos y 326 heridos por los británicos; 72 muertos y 34 heridos por parte de los estadounidenses y franceses. Resulta curioso la poca precisión que tenían aquellos fusiles. Sólo disparaban a escasos 50 metros y, por fortuna para ellos, acertaban muy poco. 


  • Lo hemos repetido en varias ocasiones, los carlistas eran menos y peor armados, estaban condenados a perder cualquier guerra. Lo único que podían y sabían hacer era mantener una actividad de carácter guerrillero, pero así no se ganan las guerras. Lo único que puedes conseguir es que el enemigo se canse y abandone, pero esa situación no se corresponde con la de una guerra civil en la que el triunfo pasaba por tomar Madrid. Cuanto irresponsable criminal ha pasado a la gloria de la leyenda.

- Fusilamientos de prisioneros -
  • La guerra civil era contemplada bajo lupa desde el exterior, sobre todo desde aquellos estados que tenían intereses (bastardos, ¡cómo no!) en el desarrollo de los acontecimientos. Uno de los detalles en que intervino el gobierno británico fue el de poner fin a los fusilamientos indiscriminados de los prisioneros y promover el canje de los mismos. Era común ajusticiar a los prisioneros. De esa manera no tenías que alimentar al enemigo ni entretener a parte del ejército en labores de vigilancia. Los carlistas no disponían de acuartelamientos, ni espacios habilitados para la reclusión. Por otra parte, una vez eliminado el enemigo se podía disponer libremente de su avitualla militar. Esas prácticas, habituales en la época, estaban siendo revisadas y negociadas entre los ejércitos combatientes, poniendo en marcha leyes generales del "derecho de las gentes y de la guerra" (manda narices el cinismo esquizoide que me gastan los militares en determinadas ocasiones). En abril de 1835, un comisionado del gobierno británico, encabezado por Lord Elliot, buscó a Zumalacárregui en Asarta y, allí mismo, firmó la propuesta. Ignoro los motivos, si militares, gastronómicos o femeninos, pero Don Tomás tenía una especial querencia por Asarta. Unos días más tarde, con pequeños cambios, el isabelino General Gerónimo Valdés ratificó el acuerdo. La situación mejoró durante algunos meses.

- Pasando revista a las tropas carlistas reclutadas a la fuerza -
  • A parte de un minoritario grupo de voluntarios de la causa carlista, la organización del ejército se hizo en base de un sistema de levas que reclutaba de manera obligatoria y por "real decreto" el servicio al ejército. En 1839 el ejército carlista estaba organizado en base a 37 batallones: -13 navarros, 9 vizcaínos, 8 guipuzcoanos, 4 castellanos y 3 cántabros. Un total de unos casi 30.000 soldados. El reclutamiento obligatorio quedó atado a la complicidad de compromisos firmados por los alcaldes de los municipios ligados a la causa. En caso contrario, si los alcaldes no obligaban a alistarse a los nativos del pueblo, tenían lugar ejecuciones ejemplarizantes. Así de simple, estamos entre militares y en tiempos de guerra. Un problema añadido al agotamiento demográfico en el crecimiento del ejército, fue el enfrentamiento entre civiles y militares por el sistema de levas y el cómo se aplicó de manera distinta según provincias, generando los lógicos agravios comparativos, sobre todo en el tema de las exenciones. La pobreza financiera del ejército carlista obligó a Zumalacárregui a rebajar de 2 a 1 real/día el abono a la tropa, así como el sueldo de los mandos de manera significativa. Encima de cornudos, apaleados. Obligados a ir a morir a la guerra por nada. Todo este estado de cosas generó una lógica resistencia popular a la causa de Carlos V. 

- El cura del batallón bendice a las tropas antes de salir camino de Mendaza -
  • Ese déficit en calidad y cantidad en el ejército carlista se disimulaba con una moral añadida, con el convencimiento que su causa era la única, la verdadera, la bendecida por Dios. Cada batallón tenía su cura castrense que alimentaba los espíritus de la tropa. Antes de salir a pelear, misa y bendición, como Dios manda.

    
    
  • Galdós describe muy bien esa naturaleza de cruzada religiosa que sostenía el ejército carlista en los abatidos y atormentados pensamientos contradictorios del cura Fago en la noche de la derrota: "Pero aquel Dios, que muchos suponían tan calurosamente afecto a uno de los bandos, dispuso las cosas de distinta manera, y pasó lo que según unos no debió pasar, y según otros sí. Estas sorpresas, que nada tienen de sobrenaturales, obra de la divina imparcialidad, son tan comunes, que con ellas casi exclusivamente se forma ese tejido de variados hechos que llamamos Historia, expresando con esta voz la que escriben los hombres, pues la que deben tener escrita los ángeles no la conocemos ni por el forro".

  • Galdós nos ha transmitido a lo largo de la novela lo absurdo que le parecen las guerras, y más todavía las que se producen entre ciudadanos de un mismo país. Los personajes de la novela y el propio Fago hablan, discuten y charlan sobre sus motivos en la guerra, de las crueles lógicas militares y del papel de Dios y la religión en todo este desastre humano.

Total para tener que hacer la paz, que es como acaban todas las guerras.
La próxima vez, piensenlo antes un poco más,¡por favor!